Roger Leiton
Departamento de Astronomía Universidad de
Concepción
Tengo muchos recuerdos relacionados con el cielo. Siendo niño, uno de ellos es estar de pie durante mucho rato con el cuello en noventa grados mirando el cielo nocturno. Fue en la precordillera del Valle de Elqui, durante las vacaciones en la casa de mis abuelos. En ese tiempo ya sabía que esa franja de estrellas que cruza el cielo es la Vía Láctea, la galaxia que habitamos. Estaba frente a la pantalla natural más grande posible, fascinado por el espectáculo del Cosmos. Casi sentí mis pies despegándose del suelo, como cayendo hacia arriba, directo hacia el centro de la Vía Láctea. Y esa fascinación aún me persigue.
Fui un niño con suerte. El cielo de mi infancia en la casa de mis abuelos se encontraba lejos de cualquier ciudad grande. Tristemente, no todos los niños del planeta tienen la misma fortuna debido a que la mayoría de la población habita en centros urbanos iluminados de manera ineficiente donde parte de la luz destinada a las calles se escapa hacia arriba, creando un halo luminoso sobre las urbes, haciendo que el cielo se torne más brillante y se vean menos estrellas. ¡Sí! es posible ensuciar el cielo con luz y a eso se le llama contaminación lumínica. El espejo de un telescopio es como un recipiente usado para recolectar agua de lluvia. Como una gran piscina, el espejo de un mega telescopio recolectará una gran cantidad de luz y capturará con detalle las profundidades del Universo. Chile cuenta con algunos de los más grandes y versátiles observatorios del planeta. Pero, desafortunadamente, los instrumentos no discriminan entre la luz de una galaxia de la que proviene de las luminarias que hacen el cielo más brillante. En un lugar contaminado con luz, los objetos celestes menos luminosos o los muy lejanos quedan ahogados bajo del brillo artificial del cielo. Perder cielo oscuro no sólo implica perder la rica información del Cosmos, también significa tirar a la basura parte del esfuerzo económico de construir y mantener funcionando los observatorios.
La luz desperdiciada hacia el cielo no sólo es un dolor de cabeza para los astrónomos que, como es de esperar, instalan los observatorios lejos de las ciudades. Es también un problema económico ya que cada luminaria de cada ciudad del planeta que no alumbre exclusivamente hacia el suelo es como una llave goteando luz, es decir, un gran desperdicio de dinero. Es un peligro para animales, insectos y plantas, así como para nuestros cuerpos cuyo comportamiento y fisiología pueden verse alterados por la iluminación artificial mal utilizada. Aves, tortugas, insectos, peces y otras especies encandiladas y desorientadas ante el exceso de luz en sus hábitats naturales, quedan vitalmente vulnerables ante accidentes y depredadores. No lo olvide, la contaminación lumínica es un problema de todos. ¡Ilumine el suelo y no el cielo!
Columna publicada por Diario Concepción