Andrés Cruz Carrasco
Abogado UdeC
Magister en Filosofía moral
Magister en Ciencias Políticas
“Les meten malas ideas y, como son jóvenes caen en la trampa. Luego se creen unos héroes porque llevan pistola. Y no se dan cuenta de que, a cambio de nada, porque al final no hay más premio que la cárcel o la tumba, han dejado el trabajo, la familia y los amigos. Lo han dejado todo para hacer lo que les mandan cuatro aprovechados. Y para romperles la vida a otras personas, dejando viudas y huérfanos por todas la esquinas”, dice Fernando Aramburu en su novela “Patria”. Es el fanatismo que se asienta en las mentes necesitadas de gestas y que se frustran ante transformaciones lentas o insuficientes, viendo enemigos en todas partes, llenándose la cabeza de consignas, privilegiando la ejecución de acciones vacías, ya que aún cuando quieren cambiarlo todo, son incapaces de cultivarse ellos mismos para darle algún sentido a su lenguaje y obrar violentos.
Se dicen víctimas, incluso de sus propias víctimas que se tornan incómodas hasta para el sistema. No falta el que los apoya aprovechando el privilegiado palco que detentan, pero silenciando la sangre y la angustia de los que sufren, negándoles la humanidad a quienes por portar un uniforme o pensar distinto se les considera una amenaza. A punta de patadas y balazos se arrogan la representación de algún pueblo, una clase social o de un sector de la comunidad, cuando nadie los ha elegido a ellos como voceros de nada.
Actúan aprovechándose del silencio políticamente correcto de las mayorías, que susurran indignadas contra las atrocidades que hacen o dicen, pero que por miedo o pereza sólo observan. Poco o nada se entiende lo que quieren de manera específica, porque son puro slogan o propaganda, demostrando quienes los sostienen una indolente simpatía, por falta de reflexión o por obtener algún provecho político, y por no constar en los matinales y noticieros los gritos y las lágrimas de sus impopulares víctimas que deben conformarse con observar pasmadas la ineficiencia e inoperancia de la institucionalidad para enfrentarse con ellos, que se sirven pero a la vez agreden constantemente el Estado de Derecho.
Destruyen la imagen del prójimo, antes con rayados y pancartas en las calles y hoy además por las redes sociales, asentando la sospecha que liquida a la víctima por constituirse en un estorbo de pretensiones que muchas veces resultan ser evidentemente absurdas. Es el crimen que se asila sobre la base de alguna confusa doctrina, apoyada de manera vergonzosa por un sector de la población y que a machetazos determina quien pertenece a una patria, a un lugar o es parte de una etnia o grupo cultural determinado y quienes deben abandonarla y desparecer.
Columna publicada por La Ventana Ciudadana