Por Francisco Darmendrail Salvo
Periodista, Universidad de Concepción Magíster en Historia Económica y Empresarial, Universidad Adolfo Ibáñez
Uno de los recuerdos más significativos de mi etapa escolar es la conmemoración del 21 de mayo, fecha en la que se rememoran los combates navales de Iquique y Punta Gruesa. Cada año, se realizaban actos solemnes en homenaje a los héroes de aquella jornada, mientras los profesores nos transmitían el profundo valor simbólico de Arturo Prat Chacón y de la tripulación de la corbeta Esmeralda.
Esta tradición no es fortuita. La figura de Prat comenzó a ser venerada desde fines del siglo XIX gracias a la labor de los maestros, quienes promovieron su vida y legado como ejemplo para las nuevas generaciones. En un país que necesitaba referentes morales, Prat encarnaba virtudes como el heroísmo, la rectitud y el compromiso con el prójimo. Así, surgieron los primeros desfiles improvisados en su honor, hasta que en 1915 se promulgó la Ley 2977, que estableció oficialmente el 21 de mayo como el Día de las Glorias Navales. Desde entonces, esta fecha ha sido un símbolo nacional de memoria y gratitud hacia quienes entregaron su vida por Chile.
Arturo Prat y los marinos de la Esmeralda no solo forman parte de la historia naval, sino que se han instalado con fuerza en el alma de nuestra sociedad. Prat no fue un ser inalcanzable; era una persona común, como usted que lee esta columna. Marino y abogado, dedicaba parte de su tiempo libre a enseñar a obreros a leer y escribir, y participaba activamente en obras de beneficencia. Tenía apenas 31 años cuando fue abatido en la cubierta del Huáscar, alcanzando así la inmortalidad junto a sus compañeros que resistieron hasta el final.
De los 198 tripulantes de la Esmeralda, solo sobrevivieron 58. Muchos de los caídos no superaban los 16 años: adolescentes que, frente a un enemigo superior como el Huáscar —comandado por Miguel Grau, el caballero de los mares—, decidieron luchar con valentía hasta las últimas consecuencias.
Este episodio no debe quedar sepultado en el olvido. No se trata de glorificar la guerra, sino de reconocer el espíritu de sacrificio, lealtad y coraje que aún resuena en nuestra identidad. La tripulación de la Esmeralda sigue viva en el corazón de Chile. Todos, de alguna forma, enfrentamos nuestras propias batallas: problemas de salud, adversidades personales, luchas internas. Y en esos momentos difíciles, el ejemplo de Prat nos recuerda que, aunque la contienda sea desigual, jamás debemos arriar nuestro pabellón.
Ese, sin duda, es el mejor homenaje que podemos rendirle.