Doctor Hernán Maturana, Académico de la Facultad de Ciencias Químicas

"Cuando entré a la Universidad supe que nunca me iba a hacer rico, pero debo confesar que he sido muy feliz”

 
En sus 58 años de docencia, el doctor Hernán Maturana  ha sido formador de numerosas generaciones de estudiantes de Farmacia, Bioquímica, Licenciatura en Química, Químico Analista, Ingeniería Civil Química e Ingeniería en Biotecnología Vegetal, y testigo de la evolución de una Universidad que conoció “con sólo 3 mil alumnos y un campus que  llegaba hasta el campanil”.
 
Su vocación por la academia es el fruto de su rica experiencia como estudiante de Química y Farmacia, entre 1955 y 1959, etapa que la que atesora los mejores recuerdos. “La Facultad de Química y Farmacia era muy especial, estaba Tennyson Ferrada, Eduardo Fire, Pepe Rivas, que se preocupaban de hacer sketches. Era famosa mi escuela por sus obras de teatro, por las canciones. Hasta el día de hoy me acuerdo de La marcha de los cationes y a veces en clases, para contarles a los alumnos como estudiábamos, se las canto. Era un ambiente muy agradable, existía gran compañerismo y teníamos todos los ramos en la Facultad, entonces nos conocíamos todos. Eso provocaba un gran compañerismo y la gente se ayudaba mucho. Después con los Institutos Centrales la gente iba a hacer los ramos en distintos lugares y llegaban a la Escuela de Farmacia en tercer año. Eso limitaba un poco que los estudiantes de conocieran entre ellos y ese ambiente tan alegre que había”, sostiene.
 
Como muchos de los exalumnos que estudiaron en su época, el doctor Maturana recuerda de manera especial a Adriano Reyes, que dirigía la banda del Ejército y “participaba mucho con los estudiantes, tocaba con su orquesta en el Hall de Química y Farmacia y fue el creador de algunas canciones clásicas como El Bayón Penquista”. También destaca que no sólo en su facultad, sino en toda la Universidad se vivía un buen ambiente, los estudiantes hacían mucho deporte y tenían acceso a las artes.  Comenta que “como estudiantes íbamos el tercer piso del hermoso teatro de la Universidad de Concepción que estaba en la esquina de Barros Arana con Orompello. Era precioso ese teatro, como los que se ven en Europa. Vimos  a la Tumanova, a la Margot Fonteyn, a Nureyev,  bailar acá para nosotros” y también que era frecuente ver obras de teatro con Brisolia Herrera, Rojas Murphy y Delfina Guzmán.  
 
Hernán Maturana sostiene que ese ambiente le permitió llevar de buena manera la alta exigencia académica, ya que “la Facultad era muy rigurosa,  tenía un excelente nivel de matemática, un excelente nivel de física, un excelente nivel de biología y un excelente nivel de medicina. Hasta tercer año teníamos los mismos ramos que los médicos: anatomía, fisiología, farmacología, bacteriología, era rigurosa y exigente, pero era grato estudiar. Recuerdo al profesor Pfister de botánica que decía “alcanzaron nota” y sacaba un papelito como un boleto de micro con los nombres. En esa época había que sacar un pase para examen, cumplir con ciertos requisitos de nota. Había 3 oportunidades, diciembre, marzo y mayo. En mi promoción entramos 90 y nos recibimos 5. Fuimos 14 sumando a los que venía atrasados”.
 
En esa época los estudiantes rendían los exámenes de las asignaturas ante una comisión de la Universidad de Chile y el profesor Maturana recuerda que muchos de los examinadores “tenían fama de cuco” así que los profesores de la UdeC eran muy rigurosos en cumplir los programas, “porque te interrogaban de pe a pa”.
Para titularse, debían rendir los  exámenes finales en Santiago, lo que “también era complicado, porque era llegar a un laboratorio donde uno no conocía nada, no sabíamos dónde estaban los  instrumentos, lo que era una tensión adicional. Ese proceso duraba un mes”, señala el doctor Maturana.
 

Carrera académica

 
Ya antes de egresar, había sido contratado por la Facultad de Farmacia como ayudante alumno y después como ayudante egresado. “El año 60 me recibí y a finales de ese año comencé a trabajar en el Instituto Central de Química, que recién se había creado. Ingresé al departamento de Química Analítica, donde el jefe era el profesor Burkhard Seeger, que venía llegando de Alemania y era uno de los dos doctores en química de ese tiempo, junto a Julio Méndez Schälchli, que venía llegando de Estados Unidos. Yo cuando entré a la Universidad supe que nunca me iba a hacer rico, pero debo confesar que he sido muy feliz con lo que hago”, afirma con su característica sonrisa.
 
La carrera académica tiene algo muy bonito, los interlocutores diarios son los alumnos y trabajar con la juventud es muy agradable. Es algo dinámico, no hay ningún alumno que se parezca a otro, tienen distintos intereses. Cuando uno mira a los ojos a un estudiante se percata de esa inteligencia emocional que tiene, si le está poniendo interés, si está recibiendo con agrado la enseñanza, si hay un grado de rechazo, de enojo, de rencor. Yo creo que el trabajo de profesor, de maestro, es muy especial”, asegura el docente. Por eso nunca le interesó trabajar en una farmacia particular, aunque tuvo la oportunidad de hacerlo. Junto a su esposa Ana María, quien era farmacéutica y fue su compañera desde primer año de universidad, tuvo una farmacia donde ella trabajaba. “Eso lo tuvimos mientras nuestros 5 hijos crecieron y estudiaron, en los colegios que quisimos que estudiaran, y con eso solucionábamos la parte económica, pero no la parte de la satisfacción personal, la vocación”, reconoce.
 
Desde que inició su carrera académica quiso doctorarse. “Siempre tuve esa ambición, siempre hay que querer avanzar, querer ser más. El año 67 hablamos con Ana María, mi mujer, que sabía que quería doctorarme. Me iba a ir primero a Minnesota, pero le dieron preferencia a otro docente y eso me motivó aún más. Me conseguí una beca en el Instituto de Cultura Hispánica, pero era malísima y no me permitió irme con mi familia. Me fui a España a la Universidad Complutense, donde hacía los estudios teóricos y mi tesis doctoral la hice en la Junta de Energía Nuclear que había allí, algo que era absolutamente nuevo para mí, trabajar con uranio o estar en laboratorio de plutonio era impensable. El laboratorio estaba bajo la tuición de investigadores norteamericanos. Estuve casi tres años, sin mi familia y en el intertanto había nacido mi quinto hijo, al que vine a conocer casi a los tres años, porque yo me fui en septiembre del 67 y el nació en noviembre”, relata.
 
Yo siempre he pensado que debería haberme ido con la familia, porque la familia es el pilar y siempre tiene que estar cerca. En ese periodo no vine a Chile, porque sabía que si venía no iba  a volver  a terminar el doctorado. Era una época distinta, donde era impensable que uno se fuera  a doctorar, éramos los primeros que salíamos. Recuerdo que Mario Suwalsky se fue a Israel, Bartulin se fue a Estados Unidos y yo me fui a España y éramos los únicos tres que salimos. Después comenzaron a darse facilidades, mejores becas”, señala.
 
El sacrificio valió la pena, porque afirma que “ahí empezó mi carrera académica, comencé a trabajar en investigación, se hicieron las publicaciones respectivas, hasta que llegué a profesor titular. Ha sido una permanente lucha, uno de transforma en un guerrero, pero guerrero en buena lid, con la iniciativa de querer crear algo nuevo y buscar lo que no sabe”.
 
Como docente dice que “siempre he tratado de tener un clima cálido con los alumnos, de mantener una buena convivencia basada en el respeto mutuo y siempre he abogado porque los estudiantes sean integrales. Los estudiantes que se dedican solamente a estudiar son valiosos, pero aquel estudiante que trabaja para sustentar sus estudios, que pololea, que participa en competencias deportivas, que participa en los centros de alumnos, para mí es un estudiante integral. Me da gusto cuando un estudiante me dice, “profesor estoy trabajando de mesero o estoy trabajando de nochero”. Ahí uno nota como sacrifica parte de su tiempo libre por ganarse la vida y poder estudiar. Uno no solamente tiene que tener habilidades duras, tiene que tener habilidades blandas, saber relacionarse, ser responsable, tener iniciativa, alma de líder, que le solucione problemas  a los demás desde un liderazgo bien entendido”.
 
A su juicio, los académicos pueden influir positivamente en los estudiantes a través de una buena comunicación. “Los estudiantes son tímidos, a veces no se atreven a expresarse y al profesor  a veces lo ven como el campanil, alto. Si lo ven así, el profesor creo que debería bajar, compartir más con ellos, hacerles ver que es un ser humano que está ocupando una posición distinta. Hay una asimetría en la relación, pero debe haber mucho respeto desde las dos posiciones”.
 
Eso seguramente lo aprendió de sus propios maestros. Recuerda de manera muy especial al decano de su Facultad, don Juan Perello, a quien define como “una excelente persona, que siempre tenía tiempo para conversar con nosotros. Era un hombre encantador, con una charla tan rica, un hombre tan culto”.  Agrega que “eso lo estimulaba a uno. Él hablaba tanto de química como de literatura, de la guerra civil española. No todos los profesores eran así, pero en mi escuela era ese el ambiente. Se podía hablar de política, de religión, compartir”.
 
 “Estos 58 años en la docencia, se me han hecho muy cortos. A lo mejor algunos desean que me jubile, pero me voy a jubilar pronto, porque también tengo algunos proyectos de vida que me gustaría realizar”, comenta entre risas.
 

Familia, Deporte y Naturaleza

 
El doctor Maturana sostiene que sus tres grandes amores fueron Ana María, que falleció hace 5 años, dejándole 5 hijos y 7 nietos;  el deporte y la naturaleza. Antes jugaba tenis y actualmente hace caminatas con sus colegas de la Facultad de Ciencias Químicas, por los cerros de la  Universidad hacia el Mirador Alemán o hacia el Valle Nonguen.
Hace poco descubrió que AlumniUdeC organiza caminatas para los egresados.  “El grupo que va es tan agradable, la caminata está tan bien planificada, que sospecho que cuando los guías nos ven un poco cansados paran y nos dan una charla sobre el entorno, para no hacernos sentir que es porque estamos cansados. Vamos parando cada cierto tiempo, descansamos, algunos sacan su cocaví. Hasta ahora han sido de mediana dificultad, no más de 10 kilómetros. La última fue en un entorno muy lindo. Creo que la Universidad hace una labor muy buena con los exalumnos al generar esta actividad, van también estudiantes extranjeros, van familias, va un profesor de Matemática de India con su señora y sus niños, el más pequeño de tres años que lo lleva en os hombros. Uno conoce gente diferente, conversa, nota que hay gustos parecidos”, destaca.

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