El Gran Escape

Roger Leiton
Departamento de Astronomía UdeC
 
Porque en esta prisión se hace lo que Einstein dice: la materia se transforma en energía (E=mc2).
 
Nací en prisión y ésta es mi historia. Fui parido en el Núcleo del Sol, en medio de un frenesí de protones apareándose ardorosamente a 15 millones de grados. La temperatura y presión son tan altas ahí, que dos protones libres (que normalmente se repelen) terminan formando pareja en una unión llamada deuterio, de la cual nacen un neutrino y un positrón. Si otro protón se une al deuterio, el trío pasa a llamarse Helio-3 y su vástago soy yo, un fotón (partícula de luz) de rayos gamma. Porque en esta prisión se hace lo que Einstein dice: la materia se transforma en energía (E=mc2). Y un rayo gamma como yo tiene mucha energía. Por último, dos Helio-3 se funden para formar un Helio-4 y dos protones son expulsados de este último apareamiento, quedando libres de nuevo para futuras fusiones poligámicas. ¿Recuerdan a mis hermanastros el neutrino y el positrón? El primero se escapa de esta cárcel solar en segundos, sin oposición alguna. El segundo terminará sus días desintegrado en un rayo gamma después de encontrarse con su némesis, el electrón.
 
Rodeando al Núcleo se encuentra el siguiente obstáculo en mi escape. Aunque a sólo 5 millones de grados, la Zona Radiativa está resguardada por protones tan densamente apretujados, que no puedo avanzar más que unos pocos milímetros sin encontrarme con uno. Cada encuentro me desvía en una dirección diferente y me quita energía de a poco. Siento que no avanzo. Pasaré aquí vagando miles o incluso millones de años.
 
La siguiente barrera en la prisión más grande del Sistema Solar la llaman la Zona Convectiva. Me escabullo en ésta, la última frontera entre el interior del Sol y el espacio exterior. Aquí el calor del interior solar se transporta en grandes bolsones de gas caliente que suben hasta la superficie, en donde se enfrían y vuelven a caer al interior ardiente. Es una especie de ascensor térmico sin fin. Tengo suerte, la densidad aquí es mucho menor, encuentro menos resistencia y puedo avanzar rápido. Pero ya he perdido mucha energía. Nací como un fotón gamma y ahora estoy convirtiéndome en un fotón ultravioleta.
 
De pronto, la niebla solar se disipa y casi no hay obstáculos. El vacío del espacio me espera. Fuera del Sol me muevo libremente a mi velocidad natural, la de la luz. Si nada se interpone en su camino, un fotón liberado se alejará para siempre de su prisión estelar, perdiéndose en algún rincón de la Vía Láctea junto a sus otros clones. Sólo algunos de nosotros llegaremos a la Tierra. Quizás yo sea uno de los trillones que acaricie tu rostro en una tarde de Sol como hoy. Absorbido en ti, le regalaré un poco de color a tu piel y yo habré desaparecido para siempre.
 
Columna publicada por Diario Concepción

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