Elena Díaz Islas, profesora de Castellano 

 

Una profesora querida y recordada por sus exalumnos

 

Alegre, activa y llena de vida. Así es Elena Díaz, una emblemática Profesora de Castellano que formó a muchas generaciones en el Liceo Enrique Molina.

 Estudió en la Universidad de Concepción entre 1946 y 1950. Optó por la educación debido a la admiración que sentía por una de sus tías, que sin tener formación universitaria había hecho clases en una pequeña escuela rural y describía esa etapa como la más feliz de su vida. Su papá también era profesor, formado en la Escuela Normal de Victoria, y amaba su profesión. Entre risas, también recuerda que decía que sería profesora para llegar a Ministra de Educación.

En esa época, la Escuela de Educación, que acogía a todas las pedagogías,  funcionaba en el actual edificio de la Facultad  de Humanidades y Arte. Entre sus profesores hubo figuras como Corina Vargas, que le hizo clases de Psicología, quien sería la primera mujer decana en Chile y Latinoamérica.

Recuerda de manera especial al profesor Rodolfo Zañartu, que acababa de llegar de Estados Unidos e impartía la asignatura de Orientación. “La temática de orientación vocacional y profesional era una novedad y el profesor, que era un gran maestro,  proponía el imperio de la comprensión, de la bondad, la pérdida del autoritarismo. Tenía una mente despierta y una gran capacidad de comprensión de la sociedad de ese momento”. Otro de los profesores que tuvo gran influencia en su formación fue don Félix Armando Nuñez, que le hacía clases de Historia de la Filosofía.

En su etapa de estudiante vivió en el Hogar de la Asociación de Mujeres Universitarias, un hogar laico ubicado en San Martín 865, donde pudo conocer a sus fundadoras, Inés Enríquez, abogada y primera diputada del país; a la destacada odontóloga infantil Raquel Fierro; a la doctora Marina Lorens, esposa del senador Humberto Enríquez, y a la conocida arquitecta Luz Sobrino. “Allí vivíamos unas 30 estudiantes, tenía compañeras de Punta Arenas y Antofagasta que sólo viajaban a sus casas para las vacaciones. Las gestoras del hogar almorzaban al menos una vez por semana con nosotras, para saber cómo funcionaba y cómo estábamos, como nos iba en nuestros estudios”, recuerda Elena.

Mientras era estudiante comenzó a hacer clases en el Liceo Nocturno, de manera voluntaria. El liceo, que funcionaba en un antiguo edificio de la calle San Martín, fue fundado por estudiantes universitarios, pues la educación vespertina no era responsabilidad del Estado. “Recuerdo que allí hicieron clases estudiantes muy destacado como Ennio Vivaldi, que impartía Biología cuando estaba en sexto año de Medicina en la UdeC”, señala.

Al término de mi carrera universitaria eran famosos tres estudiantes de Medicina que estaba terminando, el doctor Biel, el doctor Lecannelier y Ennio Vivaldi. En Leyes los más conocidos eran Samuel Fuentes, Grandón y Augusto Parra, que era el mejor orador. Fue un lujo conocerlos, porque eran realmente brillantes”, recuerda la profesora.

En la época en que egresó  llegó a la Universidad una nueva generación de profesores, “que dio un impulso de gran seriedad, de rigurosidad, de apoyo en ensayistas importantes. Fueron los profesores que llegaron a innovar, don Gonzalo Rojas, Juan Loveluck, don Alfredo  Lefebvre, y ellos formaron a una nueva generación como Lucho Muñoz y el profesor Triviño, que fue como la segunda camada”.

Ya como profesora titulada, Elena disfrutó de las Escuelas de Verano organizadas por Gonzalo Rojas. “Tuve el placer de conocer a los escritores de la generación del 50 de Chile, como Enrique Lafourcade, José Manuel Vergara, Pablo Huneeus, que deben haber tenido entre 28 y 30 años, y audazmente se llamaron la generación del 50. Insistían en que “había que matar  a los criollistas”, nada de descripciones y había que preocuparse del mundo interior. A los profesores jóvenes nos despertaba bastante interés esa postura”, recuerda Elena.

También destaca que pudo conocer “a los beatnik de Estados Unidos, esos poetas agresivos que recitaban golpeando con el pie y usaban palabras soeces, que no eran usuales entre los poetas chilenos. Era los primeros rebeldes en Estados Unidos y Gonzalo los trajo como joyas representativas. Algo realmente irrepetible”.

Las Escuelas de Verano le permitieron conocer a otros destacados escritores latinoamericanos como Ernesto Sabato y Mario Vargas Llosa, cuando eran muy jóvenes, antes de que se hicieran famosos.

Pese a no haber sido alumna de Gonzalo Rojas y Juan Loveluck, que llegaron en la época de su egreso, tuvo la oportunidad de conocerlos y aprender de ellos trabajando como profesora del Liceo Enrique Molina, donde ejerció por más de 30 años. Detalla que en ese tiempo se exigía  a los profesores de la Universidad hacer clases en algún liceo de la ciudad.  Elena detalla que “fue una segunda escuela, porque nos enseñaron a trabajar en torno a tópicos y temáticas y conocimos ensayistas, que son los que sostienen la labor de un profesor, como Ortega  y Gasset, Pedro Salinas y Unamuno. Causaron un despertar en nosotros y nos ayudaron a complementar nuestra formación”.

Tiene recuerdos maravillosos de quienes fueron sus alumnos. Rememora de manera especial a los que tenían talentos artísticos, como Helmut Obrist, “que era conocido en todo el liceo porque era músico, tocaba la flauta traversa y piano desde muy pequeño, cuando todavía estaba en la preparatoria. Teníamos el  teatro del Liceo y aparecía Helmut, un niño hermoso, con unos ojos grandotes, y  los muchachos que a esa edad no estaban tan interesados en el piano, casi iban a pifiar, pero el aparecía, los miraba e imponía el silencio. Tocaba a Chopin, Schubert, una maravilla. Estuvo en Europa, fue director de óperas en francés, en italiano, en alemán. Hace unos años volvió a Chile y estuvo intentando hacer algo acá, pero no tuvo apoyo. Lamentablemente murió en Bélgica”. Otro artista que recuerda es a Jaime Dames “mi dilecto director de Teatro, con quien hacíamos un teatro exquisito, maquillando a la gente, con vestimentas, ensayos serios. Alcanzó a estudiar Teatro dos años en  Santiago, pero vino el Golpe y la escuela de cerró. Después estudió Pedagogía en Español aquí y ahora tiene su academia PSU”.

Conoció de niños a quienes años más tarde fundarían el MIR, Miguel Enríquez, Luciano Cruz y Bautista van Schouwen, y los describe como “niños lindos, inteligentes, responsables y mateos. En esa época eran absolutamente apolíticos, no recuerdo que hayan formado parte de los centros de alumnos y traían la disciplina de los colegios privados de donde provenían”.

Se sabe querida y recordada por sus exalumnos, que la detienen cada vez que se la encuentran en la calle, para saludarla y saber cómo está. Al preguntarle de donde viene ese cariño, dice que “tengo conciencia de mi esfuerzo por no sentirme derrotada. Si tenía un curso difícil, decía “me lo tengo que ganar”, y los hacía mostrando buenos escritores, tratando temas del momento. Yo tenía hijos chicos y había muerto mi esposo, entonces tenía tiempo y no lesionaba mi vida privada si yo iba un sábado a un teatro. Entonces, aprovechaba de llevar a mis hijos al teatro a galería o balcón y llevaba también un curso. Vimos obras del TUC muy buenas, vimos obras que venían de Santiago y también íbamos al cine a ver una buena película y después hacíamos foro de discusión. Esa era mi arma”. Los alumnos percibían el esfuerzo de su profesora en sortear los obstáculos para esas salidas, como ir a buscar y a dejar a los internos, pedir permisos, conseguir recursos y luchar contra la burocracia. “Yo creo que ese trabajo extra que pocos profesores lo pueden hacer marcaba una diferencia. Recuerdo unas vacaciones de invierno que ensayamos todos los días una obra de teatro, para el aniversario, poco antes del golpe, con la música de la Cantata Santa María de Iquique. Ensayábamos en mi casa, porque en vacaciones no teníamos donde hacerlo”.

Como profesora siempre se preocupó del buen trato hacia los alumnos. “Igual que un médico no puede estar con una cara agria atendiendo a un paciente, yo siempre decía uno tienen que saludar en forma amable, lo que vas a transmitir como profesora siempre tiene que ser positivo. Los chicos te escuchaban cuando abordabas temas como el respeto a la mujer, porque eran más puros y más ingenuos en ese momento. No sé si hoy con los chicos de los colegios tu puedes tocar esos temas”.

Debió salir obligadamente del Liceo Enrique Molina en 1981. ”Uno sueña que la van a despedir con un acto y ramo de flores, pero lo mío fue  muy triste e inesperado. Sufrí esa desgracia que se llamaba traslado, un decreto de la secretaría ministerial que ordenaba el traslado a un determinado colegio, "mañana". Entonces el Rector te llamaba y te decía usted tiene que estar mañana en un determinado colegio, y tú te quedabas calladita, porque no podías quedar sin trabajo”, recuerda.

Así llegó al liceo industrial de Collao, un mundo muy distinto, donde estuvo un año. “Fue muy triste, en esa época se pasaba frío y no había ninguna comodidad. Luego trabajé 10 años en el San Pedro Nolasco, donde conocí lo que era un colegio religioso. Había misas mensuales donde íbamos con todo el colegio y me llamaba la atención como los niños esperaban dar la paz, con sus caritas de alegría. Conocí algunos aspectos bien interesantes de Encíclicas Papales y levantamos el colegio en la parte artística. El vicerrector que me aceptó, porque uno está marcada, se llama Reinaldo Varela y había sido alumno mío. Le debo la vida, porque me dio trabajo cuando nadie me daba”, recuerda.

A fines de los 90 y en plena transición del país a la democracia, fue electa concejala por el PPD de la comuna de Concepción por dos períodos, de 1992 al 2000. Su historia con la política comenzó un poco antes. Relata que “el mundo estaba hastiado de la dictadura y yo trabajé bastante para el plebiscito. Fue maravilloso, porque ahí yo descubrí que tenía miles, cientos de exalumnos con sentido democrático. Tenía que buscar apoderados que avalaran la elección y que se atrevieran a estar en una mesa, porque también podía pasar lo peor, que entraran tanques  a un lugar de votación, cualquier cosa, nadie sabía. Había que conseguirlos calladita, obtener el compromiso para esa responsabilidad tan seria. Me acordé de que García Márquez decía que el amarillo era su color predilecto y me compré una carpeta amarilla iba anotando. Me brotaban y acumulaba y acumulaba apoderados, a pesar de las dificultades fue un trabajo fabuloso”.

Recuerda que así se formó el PPD donde fue una de sus primeras militantes en Concepción y luego obtuvo la concejalía, que califica como un paso audaz de su parte, así pudo conocer en detalle el funcionamiento de la ciudad y su administración. Se preparó, tuvo clases con ingenieros y aprendió lo necesario. “Fue un muy interesante trabajo, me dediqué absolutamente a la concejalía, aprendí que es lo importante, porque el municipio es una entidad independiente y autónoma”.

Se define como estudiosa, y prueba de ello es que en 2010 obtuvo un Magíster en Educación en la UdeC y también un Diploma en Estudios Europeos. “Esos postgrados me sirvieron para trabajar en la Universidad del Bío Bío, donde hice clases hasta 2017. Elaboré un programa sobre la realidad social inmediata que fue un electivo muy interesante, con muchas visitas a terreno. También hice Expresión Oral y Escrita,y Lenguaje y Contexto”.

Actualmente mantiene su Taller Literario para adultos mayores que formó el año 2000 y durnate 2019 participó activamente en el comité editorial de “Relatos de Cien Años”, iniciativa que surgió en AlumniUdeC para fomentar la participación de los exalumnos y la comunidad escribiendo sus vivencias vinculadas a la UdeC, en el marco del Centenario. Además de revisar y corregir los más de 50 trabajos, incentivó a miembros de su taller y a sus amistades a escribir relatos llenos de emociones.

En torno al Centenario de la UdeC remarca que “tengo tantos amigos en la U que fueron mis alumnos y es un centro tan, pero tan importante.  Se pregunta ¿Qué haría Concepción sin su Universidad, sin su Teatro, sin sus salas de exposiciones tan interesantes, sin la Casa del Arte?

 

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