Marcelo Leppe Cartes, doctor en Ciencias Biológicas y director nacional del Instituto Antártico Chileno

“En la UdeC conocí jóvenes profundamente comprometidos y con gran conciencia social”

 

Marcelo Leppe es licenciado en Biología de la Universidad de Concepción (1997) y doctor en Ciencias Biológicas, donde su área de especialización fue la botánica.
Desde enero de 2018 es el Director Nacional del Instituto Antártico Chileno (INACH), organismo técnico perteneciente al Ministerio de Relaciones Exteriores,  cargo al que accedió a través de un  concurso del Sistema de Alta Dirección Pública. Llegó a esa posición después de 13 años trabajando como investigador en este organismo y 6 como jefe del Departamento Científico. Al asumir como director ya contaba con 13 estadías en la Antártica en su currículo, además de diversas pasantías de investigación en la Universidad de Karlsruhe y de Heidelberg en Alemania, así como la Universidad de Chiba, Japón.
 
Como científico, su investigación estuvo orientada a estudiar la evolución de la flora antártica y patagónica a través de proyectos multidisciplinarios que estudian el Cretácico y la distribución de la biota relacionada con ambos continentes, mientras como director científico estuvo a cargo de un grupo de científicos jóvenes y de alto nivel que trabajaban en una amplia variedad de campos en ciencia.
 
En esta entrevista nos cuenta sobre sus motivaciones para dedicarse a la ciencia, sus recuerdos universitarios y su trayectoria profesional.
 
¿Cómo nació tu interés por la Ciencia?
Mi interés por la ciencia se remonta a cuando tenía 12 años, viviendo en Viña del Mar, gracias al estímulo de mi papá pude conocer al, en ese entonces, joven arqueólogo José Miguel Ramírez del Museo Fonck de la Avenida Libertad. Junto a su esposa, también arqueóloga, me recibían los jueves y yo ayudaba a limpiar vasijas y cerámica. Junto a amenas conversaciones sobre el origen del poblamiento americano y pueblos precolombinos fui desarrollando ese amor por lo viejo, la evidencia de mundos perdidos y la adicción al olor de los ácaros de los libros. El joven matrimonio de arqueólogos no tenía por qué dedicarme tiempo cada jueves en la tarde, pero las acciones marcan y esa generosidad ha sido una inspiración en el tiempo.
Ya en enseñanza media tuve varios profesores que me marcaron, pero orientaron mi dirección hacia la biología evolutiva y la paleontología, como la profesora Norma Casas-Cordero del liceo A-21 de Talcahuano. Profesora en el más profundo y amplio sentido de la palabra.
 
¿Qué te motivó a estudiar Biología y por qué elegiste la UdeC?
¿Por qué Biología? Porque desde que recibí el impacto de Carl Sagan y su monumental documental Cosmos, comprendí que quería ser científico, la trinchera daba un poco lo mismo. Después de Sagan vino el "Pulgar del Panda" de Stephen Jay Gould y "el Gen Egoísta"  de Richard Dawkins.  Es difícil pasar incólume frente a ese remezón. Era una época interesante intelectualmente, solo un paseo de cuarto medio al campus de la Universidad de Concepción, una conversación profunda con un par de personas en una escalera y ya era decisión tomada.
 
¿Cómo definirías tu etapa de estudiante? ¿Qué fue lo que más te marcó de esa época?
Mi época de estudiante fue de vértigo. La transición a la democracia no fue algo apacible, y sumado a la gran efervescencia social, un foro plagado de debates ideológicos y la música de Inti Illimani sonando en la "Radio Clandestina", era imposible pasar como si nada. Era difícil no involucrarse y viví en profundidad ese tiempo. Es la época que junto a algunos compañeros y amigos formamos grupos ecologistas pro defensa de la Araucaria y otras causas, infinitamente altruistas. Estoy orgulloso de ese tiempo. Podías no compartir la postura de quien tenías al frente, pero los debates de ideas se daban en un contexto de mucha altura intelectual, pensando un mundo diferente. Eso, creo que me marcó profundamente: jóvenes profundamente comprometidos con diferentes causas, conversaciones de mucha profundidad y gran conciencia social.
 
¿Por qué decidiste hacer un doctorado y especializarte en Paleobotánica?
Cuando me orienté entre la ecología vegetal y la paleontología, gracias a las ricas enseñanzas del Dr. Eduardo Ugarte de Botánica y Sylvia Palma de Geología, comencé a preguntarme por qué había tan pocos estudios de una flora muy antigua del valle del río Biobío, que databa del Triásico, hace más de 200 millones de años atrás. En un principio costó que me aceptaran con un tema de botánica "fósil", pero ya había desarrollado investigación independiente, lo que me ayudó con la comisión del doctorado. Pronto obtuve la beca Conicyt y después un proyecto Fondecyt de Doctorado, junto con la beca que me permitió desarrollar parte de mi tesis en Alemania, con mi profesor y hoy amigo y colaborador, Wolfgang Stinnesbeck. La paleobotánica era ese instrumento donde me sentía cómodo. Los paleontólogos en Chile vienen de una de dos vertientes: la biología o la geología. Yo, por el énfasis evolutivo y naturalista era más paleobiólogo, honrando la memoria de mis libros de adolescencia y esa misión entregada por Sagan: "hay que hacer ciencia que tienda puentes".
 
¿Cómo fueron tus inicios profesionales?
Caóticos... como siempre. Alargar innecesariamente mi doctorado devino en el fin de mi beca y el tener que trabajar en mi tesis al mismo tiempo que daba clases en la Universidad Santo Tomás sede Los Ángeles, en un preú y en el diplomado de paleontología y evolución de la U. de Concepción. Como bálsamo del alma, junto a otros amigos y el liderazgo de la profesora Susana Vera, armamos el taller paleontológico Paleotroques DCP, para niños. ¡Hicimos cosas increíbles!
No logro dimensionar bien como, entre dormir pocas horas al día, trabajo y la vida, logré terminar mi tesis. En realidad, si se, venía mi hija Amaya y se me activó todo el hardware paternal. Amaya venía con marraqueta.
 
¿Cómo llegaste al INACH y qué es lo que te motiva de la investigación antártica?
El año 2001 postulamos con mi amigo Francisco Fernandoy, hoy glaciólogo de la UNAB, en ese entonces estudiante de Geología UdeC, bajo el patrocinio de Sylvia Palma y Arturo Quinzio, ambos docentes de Geología, un proyecto al Instituto Antártico Chileno. Lo ganamos y vivimos la experiencia de vivir en aislamiento un mes en el pequeño refugio al norte de isla Livingston, Antártica. No había teléfonos satelitales, Inreach y los GPSs eran carísimos. Nos entreteníamos siguiendo camioneros radioaficionados y sus historias. Sin embargo, Antártica es adictiva. Años después, a comienzos del 2005, el INACH publicó un cargo para el Departamento Científico. No lo dudé y postulé. En marzo, entre mis clases en Los Ángeles, recibo temprano un llamado del Director del INACH invitándome a almorzar con él en Concepción. Después de la entrevista, donde hablamos de lo humano y lo divino, pasaron dos meses y una sentencia: "ganaste el concurso, pero te queremos con doctorado el 1 de septiembre en Punta Arenas". No se aún como, pero cumplí. Mi pareja Josefina, tesista de Servicio Social UdeC, pasó parte importante de su embarazo en nuestro departamento compartido de la Diagonal Pedro Aguirre Cerda, mientras yo comenzaba a construir casa en Punta Arenas. Todo salió bien. Amaya venía con marraqueta bajo el brazo.
 
¿Cómo ha sido tu carrera en el INACH y tu experiencia como director?
Agridulce. Fue importante llegar por Alta Dirección Pública, en un concurso larguísimo, a la dirección del INACH tras pasar un filtro que dejó fuera a más de 140 personas. Pero vengo de dentro y durante años fui jefe científico y representante de Chile ante el Scientific Committee on Antarctic Research. Aprendí mucho, pero a la vez pude mantenerme publicando y ganando proyectos. Mi ciencia hoy se ha transformado en un hobby, y los grandes hallazgos han dado paso a los parsimoniosos caminos de la diplomacia y la gestión administrativa. Un científico siempre extraña la búsqueda.
 
Cuéntame acerca de tu participación en el Congreso del Futuro
El año 2017 fui invitado a moderar la versión magallánica del Congreso Futuro, en un panel de muy distintas visiones del mundo. Me sentí muy cómodo. Pero este año, después de mi presentación en el parlamento sobre ciencia antártica, me llegó una invitación a moderar en Magallanes un panel sobre ciencia antártica y a presentar en la sesión "Antártica: el corazón pulsante del planeta". Era un formato diferente, pero de increíble visibilidad. Un privilegio compartir tribuna con Richard Dawkins, Jane Francis y una constelación de mentes brillantes.
 
¿Cómo visualizas tu futuro profesional?
Lo veo siempre ligado a la ciencia, al placer de conocer, de saber más, de ganarle centímetros a la ignorancia y de promover el conocimiento basado en evidencias. Estamos en una sociedad que se dice del conocimiento, pero nuestra vida cotidiana está plagada de mitos, de medias verdades, que impiden que nuestro diálogo social sea más fructífero, razonable, respetuoso, al fin de cuentas. Es muy importante que se haya creado un Ministerio de Ciencia, porque le otorga una visibilidad pública y política que influirá en su desarrollo de ahora en adelante. Es una muy buena noticia para Chile como país.
 
 
¿Mantienes contacto con la UdeC o tus compañeros?
Constante. La mayoría de los amigos de la vida son UdeC. Cuando logro viajar a Concepción, generalmente mando una señal y siempre nos reencontramos. Espero que los 100 años sean una oportunidad para reencontrarnos. Voluntades veo.

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